La segunda estrategia es establecer una planta libre, articulando lo que es fijo y colectivo con lo que es transformable y personal. Para esto, además del diseño regulador de la fachada, las plantas se dividen en tres franjas paralelas: una exterior, albergando ámbitos no especializados como salones, habitaciones u oficinas; una interior, con baños y cocinas; y una intermedia, que sirve de transición. Así, más que la multiplicación de tipologías rígidas, el edificio se convierte en esta plataforma que puede acoger una multitud de modos de vida, así como otros usos más allá del residencial, siguiendo las demandas de cada tiempo. 

Por fin, la última estrategia implica en promover la creación de espacios públicos y colectivos, tornando el conjunto permeable y introduciendo la ciudad en el solar, fomentando de esta manera la vitalidad urbana con plazas, circulaciones y terrazas públicas, y atrayendo una intensa mezcla de usos y personas de diversos orígenes y características. Todo esto tiene como fondo conceptual el ideal de que la vivienda puede ser la mejor manera de hacer ciudad, y que para esto debe ser capaz de equilibrar a la vez la privacidad y la sociabilidad, respondiendo a valores simbólicos, individuales y comunitarios.