Buenos Aires. 22hs. Estación de ferrocarril San Martín. Destino: Bella Vista.
Una pantalla LED gigante anuncia que en media hora sale el tren. Pienso que se hace tarde. Una vez que la locomotora hace acto de presencia en la plataforma, baja la multitud.
Como acostumbro todas las noches: coloco los auriculares en mis oídos, recuesto mi cabeza en el asiento y apago mi cerebro.
Algo sonaba distinto en esa máquina, sólo una fila de luces se apaga y comienza la historia de terror. La máquina arranca su marcha con las puertas abiertas y cuatro tarados en el vagón mirándonos las caras. Desde afuera, otros nos saludan deseándonos feliz viaje: al infierno, supongo.
La líder innata, la primera en envalentonarse, se levanta y grita: – Me parece que estamos yendo al depósito – Y al pánico, pensé. – Vayamos a avisarle al chofer que estamos acá dentro.
Con el tac-tac de los pasos en fila india, atravesamos la formación para intentar contactar a un humano mientras el tren cambiaba de vía.
Golpes a la puerta, locomotora que se detiene, y el chofer que ordena atravesar de vuelta el chorizo para poder bajar. – ¿Bajar por dónde? – pregunta una. – Por la puerta, por dónde más.
De repente, en medio de la oscuridad, aparecen los operarios a rescatarnos y pedirnos que bajemos. Que nos lancemos, mejor dicho, considerando que sin andén el suelo queda como a un metro de distancia.
Voy dejando que todos pasen primero, para alargar mi turno de sufrir. Un salto sin tobillo roto, todo un golazo.
No veo por dónde camino, sólo sé que el rugbier de campera de “Trenes Argentinos” va a ser mi mejor amigo porque de él depende mi vida.
-    ¿Todo tranqui? – me pregunta.
-    Y sí. No veo nada.
-    Esto es normal que pase en las noches, quedate tranquila.
-    ¿Y por qué no avisan por el parlante, o algo, que el tren no va a viajar?
-    Y bueno, qué se yo
Risas nerviosas. Imagino que me cree simpática o tonta, pero son risas nerviosas, nada más.
-    Desde el tren no te das cuenta que es tan lejos – digo al tiempo que piso durmientes y piedras.
-    Y sí, ponele que son como 4 cuadras. Pero quedate tranquila que los vamos a llevar hasta el andén.
Más risas nerviosas y el gigante se hace el canchero:
-    ¿De dónde sos?
-    Caracas….Venezuela.
-    ¿Y a qué estación vas?
(¿Tu campera dice DEA y no me di cuenta?) – Bella Vista.
-    Uuuuhh, alto viaje tenés
Alto viaje es llegar a las escaleras al andén, o al cielo, lo mismo sin que flaqueen las piernas del pánico.
Saldo: un tren que sí me lleva a casa, un operario que me hace creer que salva mi vida. Intercambio sonrisas con los demás sobrevivientes del Lost Porteño. Enciendo la música, apago mi cabeza. Nos vemos en 45 kilómetros. 
Cuento
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Cuento para cátedra Técnicas de escritura I de la AAP

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