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Texto. Acerca de las Despedidas

Acerca de las Despedidas
¿Cuántas veces has dicho adiós?

Hace algunas horas tuve la responsabilidad, no solicitada, de tener que comunicarle a mi familia el fallecimiento de un familiar. Bastante cercano a mi núcleo, pero no a mí, más que doloroso por lo que yo pudiera sentir, fue difícil por lo que pudieran sentir personas que son importantes para mí.

Ver sus reacciones, la manera en la que cada uno asumía una noticia que nadie quiere recibir y que, claramente, no hay manera adecuada de dar, me llevó a preguntarme: ¿cómo asumimos las despedidas?

Abuelos, tíos, primos, ya no se encuentran en este plano, y ante cada una de esas pérdidas, debo confesar sinceramente que yo, como individuo, no he sentido nada, más allá de la empatía y preocupación por las personas a quienes quiero, y que sí han vivido esas pérdidas como propias.

Los duelos a los que me he enfrentado han sido más “triviales”, si se quiere. Rupturas amorosas, que me han dejado sumida en una pesadumbre y tristeza profunda durante meses, pero que, a medida que han pasado los años, más llevables y tramitables se vuelven.

Tal vez la increíble capacidad de mi mente para viajar al futuro y crear escenarios posibles y no posibles, ha hecho que en muchas ocasiones yo ya me esté despidiendo, cuando apenas nos saludamos. La ventaja de eso es que soy supremamente consciente de la finitud de las relaciones; la desventaja es que, en medio de esa consciencia y la preparación para el adiós, a veces se me pasan los vestigios de la magia que sucede en el presente.

Por eso, cada vez inhibo menos mis sentimientos, cada vez siento con menos miedo y más libertad, porque al final del día, no sé cuántas buenas conversaciones pueda volver a tener, no sé cuántos abrazos pueda volver a dar; no sé cuántos besos pueda volver a recibir.

Pero, ¿y si me enfrento a la despedida de mis animales de compañía, de mis papás, o de mis hermanos? Pienso constantemente en el momento en el que ellos ya no estén y en cómo podría yo rehacer mi vida después de una pérdida de ese tipo. Hasta hace un par de años, creía que no podría vivir con esa tristeza; que no tenía las herramientas. Hacía un comparativo y me preguntaba: ¿si me siento como me siento por una ruptura amorosa, entonces cómo voy a enfrentar la muerte de alguien amado? La pregunta sigue sin tener respuesta.

Sé, desde hace mucho, que las personas en las historias de otras personas somos transitorias, y por lo tanto, sé que desde que nos saludamos, ya nos estamos despidiendo. Sé, también, que el abrazo de bienvenida es el primer abrazo de un adiós; que las relaciones, de cualquier naturaleza, son finitas y lo que intentamos todos los días es aplazar esa despedida, procurando la permanencia del otro, tanto tiempo como sea posible.

Pero ¿qué pasaría, entonces, si fuéramos conscientes de lo milagrosos que son los encuentros? ¿Y si, en medio de la finitud de la existencia y la consciencia de lo limitado de nuestro tiempo, procuráramos no aplazar visitas, no esconder ‘te quieros’ ni invalidar sentimientos? ¿Qué pasaría si, al ser conscientes de lo absurdo de nuestro paso por la tierra, de lo improbable que es la vida misma, y de lo efímeros que somos, nos disfrutáramos aquí y ahora?

Porque la verdad, es que no sabemos qué pase mañana. Porque no sabemos hasta cuándo vamos a estar, porque las despedidas llegan, y los seres a quienes amamos indefectiblemente, se irán.
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