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Crónica | Love on tour

Harry Styles: Cuando el amor está de gira
Crónica de evento
Fotografía: Portal web OkDiario
Pocas emociones en la historia han sido tan estudiadas como el amor. 

“Amor”, ¿qué es realmente el amor? ¿Es el lenguaje universal? ¿La fuerza que mueve el mundo? ¿Es acaso equivalente a una rosa, un corazón, un poema? ¿Y de qué color es el amor? Para aquellos avezados, románticos modernos, el amor es más que rojo sangre. El amor es un estallido de color y matices, coexistiendo, sobreponiéndose entre sí, como una fiesta.

Entonces, cuando un desfile de boas de plumas multicolor, maquillaje con pedrería, sombreros de vaquero, banderas LGTBIQ+ y fieles imitaciones de un emblemático cárdigan de seis colores estalla en las instalaciones del Estadio Nacional, a manos de una juventud desenfrenada que ha permanecido a la espera durante semanas – o más –, no hay lugar a dudas: es el Love on tour

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Han pasado ocho años desde que Harry Styles pisó por última vez el Perú. Una versión suya más joven y monocromática se abría paso en la tarima del Estadio Nacional, al lado de sus cuatro compañeros: Zayn Malik, Niall Horan, Liam Payne y Louis Tomlinson. Juntos conformaban una de las bandas adolescentes más famosas del momento: One Direction. Casi 40 mil fanáticos – un 80% de mujeres – que coreaban sus mayores éxitos allá por el 2014.

Este martes 29 de noviembre, sin embargo, la superestrella pop de metro ochenta y cabellos rizados se enfrenta a un público diferente, casi adulto, que, fiel a su fanatismo de antaño, no desaprovecharía ninguna oportunidad para estar cerca de su ídolo. O, al menos, para estar, por un lapso de casi dos horas, compartiendo el mismo espacio que él.

La admiración no escatima en sacrificios. Así que, el pasar semanas acampando afuera del Nacional, organizando grupos, lotizando carpas y estableciendo turnos para mantener el orden, no resulta raro. Es más bien un acto de amor. Al menos así lo cree Simonett Chumpitaz, una de las 50 jóvenes que durmió durante tres semanas alrededor del estadio y que considera a Harry Styles un sol, un dios griego.

—Si al entrar viste tirado un colchón blanco… es nuestro –dice, mientras sonríe con satisfacción.

Apachurrada contra la baranda que divide la zona VIP de la de Platinum, aprovecha el tiempo de espera – faltan cuatro horas – para compartir sobre su travesía. Simonett tiene casi 25 años y Harry Styles ha formado parte de su vida desde que estaba en el colegio. 
Aunque ha ido a muchos conciertos en su vida y su admiración por cantantes pop es evidente por la facilidad en la que compara un evento con otro, Harry Styles encabeza su lista de prioridades. Para ella, este concierto, más que momento de gloria, es una revancha contra la tragedia pandémica que frustró su sueño.

—He estado esperando este momento por más de dos años, chola. No es cualquier cosa.
No lo es, ciertamente. Pero para quien ha pasado más 24 meses a la expectativa, tener que esperar todavía cuatro horas para cantar las canciones del mejor álbum del año – así lo certificó la última ceremonia de premiación de los Video Music Awards –, se vuelve una eternidad.

Aún es de día. El Estadio Nacional se va llenando de gente. Unos metros delante de Simonett, el público de la zona Platinum se instala bordeando el escenario, que cuenta con una pequeña pasarela que divide en dos secciones el espacio más envidiado de todo el evento. Quienes tienen la suerte de estar en primera fila, actúan como asegurando su puesto de batalla. 

Quienes asisten a las zonas de tribunas: Occidente, Oriente y Tribuna Norte, hacen lo suyo. Sin prisas, con calma y buen humor, algunos se acomodan plácidamente en sus asientos. Otros, con tiempo de sobra para escoger, se pasean por los límites de sus respectivas zonas, comparan y eligen el lugar más adecuado para colgar una que otra bandera LGTBIQ+.

Mientras tanto, Simonett, que conversa con unas amigas también inmovilizadas, apenas puede acomodarse los lentes ya empañados. 

—A las de Platinum les dan preferencia, es un hecho. Aquí ni comida ni agua nos llegará, ya vas a ver. Pero, no me importa. Con hambre, sed o desmayada, aquí me quedo – sentencia Simo, con los brazos colgando graciosamente fuera de la baranda.

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Ya anocheció. Faltan solo diez minutos para que toque Koffee, artista revelación jamaiquina quien es telonera del Love on Tour en su cuarta etapa, correspondiente a los países latinoamericanos. México y Colombia han sido públicos excepcionales, entonces la fanaticada peruana tiene la valla alta. 

Las luces se apagan inesperadamente y una vibración indescriptible se siente bajo los pies. El reggae estalla por todo el estadio. Koffee, con un estilo urbano, aparece entre los reflectores y canta con una seguridad que la enaltece. Tanta, que es válido preguntarse quién es el titular del evento. Ella, con tan solo 21 años, se adueña del escenario. El público peruano, con un oído predispuesto a la fusión, se deja enamorar y corea sus canciones.

—Nunca en mi vida la había escuchado, ¡es una capaza! –grita una fan con un sombrero de vaquera y pantalón de vestir fucsia. 
La cantante de rastas estrena la pasarela. Las chicas de Platinum están en su salsa. Ellas ofrecen sus celulares y Koffee los recoge: foto por aquí, selfie por allá, un video para Instagram y listo. Suficiente. Baila, salta, dedica unas palabras en español. 

—¡Te amo, Pirú! –mastica, poniéndose un chullo que alguien le lanza al escenario. 
La gente se vuelve loca. Viendo cómo cada zona del Nacional se enciende por las linternas, que el público agita lentamente de izquierda a derecha, cuando Mikayla Simpson – nombre de pila de Koffee – canta una canción lenta, cobra sentido el que la artista haya sido galardonada con un Grammy 2020 en la categoría reggae por su álbum “Rapture”. Convirtiéndose así en la artista más joven y la única mujer en ganar dicha categoría. 

Como si la escena no fuera ya lo suficientemente heroica, tras casi 30 minutos de show, una real sorpresa aparece en el escenario. Letitia Wright, actriz que encarna una superheroína en la reciente película de Marvel “Pantera Negra”, irrumpe en la tarima y ambas afrodescendientes se abrazan. 

El público no lo puede creer. ¿Qué hace Wright en un concierto de Harry Styles en Lima? Bueno, bien dicen que en Perú todo puede pasar…

Tras cinco canciones, después de haber arrasado y agradecido, Koffee deja una audiencia con las emociones a flor de piel. Así, los minutos de intermedio entre la telonera y el artista principal son cruciales. La gente aclama por música, pues, ciertamente, los silencios en masa son incómodos.

Desde Queen hasta Chabuca Granda, la gente canta y no se detiene. Los vendedores de comida y agua pasan y repasan – menos por la zona VIP, tal y como predijo Simonett – y la energía del estadio va alcanzando su pico más ansioso. Entonces, un milagro: una canción de One Direction suena por los altavoces y las jóvenes de 25 años vuelven a tener 14. 

La emoción contenida es tanta que ya se cobra algunas víctimas. Más de cinco chicas son llevadas a los tópicos – aquellas carpas en las que los sueños adolescentes se extinguen sin pena ni gloria –, por ataques de asma y problemas de asfixia… Pero, si se piensa fríamente, las semanas durmiendo en una carpa, sumadas a las horas sin comer, tienen que pasar factura de alguna forma.

—¡Ay! Por qué lloran, carajo, yo no entiendo… Por eso se ponen así estas chibolas. Ya, ya no hay espacio para más – regaña uno de los “vips” de camino al tópico, llevando una fan descompensada.

Estos hombres de seguridad, cuyas personalidades y arranques tienen mala fama, son lo único que desentona con el evento de ensueño. Ni siquiera los lugares vacíos en tribuna – problema de siempre en cada concierto masivo, culpa de los revendedores – opacan tanto el paisaje como el feo trato de este grupito… 

¡Alto! Las luces se apagan totalmente. El público grita, sabe lo que se viene. 
La animación de un pajarito azul aparece en las pantallas que adornan el escenario y ya hay quienes lloran desconsoladamente. La banda, vestida con mamelucos rojos, abre con Music for a Sushi Restaurant, una canción pop por excelencia que hace bailar a la gente de un lado a otro – bueno, solo en tribunas, en campo apenas y pueden moverse –.

 —¡Bue-nas no-ches Pe-ruuuuuú! – grita Harry Styles, ingresando gloriosamente.

Las luces juegan un rol importante, inundan el estadio de una atmósfera de ensueño color dorado y acompañan cada golpe de batería y cada salto que da Styles por la tarima. Lleva un polo sin mangas, blanco, con brillos y corazones rosados, y un pantalón de sastre color beige. Un showman no necesita más que eso para hacer cantar a casi 30 mil personas.

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Imagen: Portal web Teecake
Tal y como inicia el concierto, así se mantiene en las siguientes canciones: la energía nunca decae realmente. Golden, Adore You, Daylight y Cinema convierten todo en una fiesta. No hay playback – de hecho, casi no hubo prueba de sonido que anteceda el concierto –, el artista canta con una voz fiel a sus álbumes de estudio. 

Styles habla con el público, buscando la forma de que lo entiendan. Intenta no hacer muy lineal el concierto, así que presenta a los integrantes de su banda, cuyos mamelucos rojos al lado de la vestimenta casi blanca de Harry, emulan la bandera del Perú. El público es cariñoso y cálido, aplaude y reacciona a cada suspiro que da el artista.
Keep Driving, Satellite y She. Styles mantiene el ritmo de una forma envidiable, sobre todo en estas canciones que explotan su sensualidad de una forma menos sutil. 

—¡Se está empujando canción tras canción, y no se cansa! – vocifera una chica, en Tribuna Norte, cuya voz no corresponde con su estatura, mientras agita un cartel que, seguramente, Harry no alcanza ni a sospechar.

Tras 40 minutos sostenidos llegamos a la mitad del concierto y, a su vez, a la mitad del setlist: 19 canciones seleccionadas para el gran reencuentro. Ya la fanaticada es consciente de que se avecina el final, así que es momento de llorar un poco. El cantante transforma la agitada atmósfera del evento, acariciando suavemente su guitarra acústica, en medio de toda la pasarela. 

Los gritos son ahora murmullos masivos. Es momento de Matilda.

      You can let it go            Puedes dejarlo ir
    You can throw a party full           Puedes hacer una fiesta
                              ofeveryone you know          con todas las personas que conoces
  And not invite your family,         Y no invitar a tu familia
          'cause they never showed you love             porque ellos nunca te demostraron amor
You don't have to be sorry             No tienes que lamentarte
for leaving and growing up                por irte y crecer

Para Luciana, Matilda es la representación perfecta de la situación familiar de muchas jóvenes latinoamericanas: un hogar disfuncional de padres que no supieron criar hijos estables, de relaciones tóxicas que comprometieron la felicidad de niños que ahora tienen que enfrentarse solos a la vida adulta. 

—He escuchado tantas veces esta canción en mi cuarto y te juro que esta es la primera vez que lloro así – dice la joven, con las lágrimas cayéndole por toda la cara.

Hace el ademán de grabar, pero más parece que usa el flash de la cámara para acompañar la canción. Probablemente no se haya dado cuenta aún de que su video no está captando ninguna imagen en concreto, pues su brazo se agita sin cesar.

—Literalmente, esta canción me hace mierda el corazón porque es lo que siempre quise escuchar: que siga adelante.  

No habla más sobre su vida personal, pero luce en paz…

¡¡Fuera lágrimas!! La canción ha terminado y toca cambio de atmósfera. El bondadoso y complaciente Styles no puede con su genio y le cumple el sueño dorado a una fan que, apachurrada entre la fanaticada de Platinum Derecho, sostiene un cartel bastante claro: “It’s my birthday”. Él le hace algunas preguntas, quiere saber más sobre ella, pero la jovencita solo atina a mirar a los costados, con la esperanza de que alguien le traduzca lo que su ídolo le está diciendo. 

El artista sonríe. “Lili está cumpliendo 15 años hoy. Vamos a cantarle Happy Birthday, pero en español”. Una ovación en respuesta y el público – confirmando que el 80% no entendió lo que escuchó – canta, pero en inglés. Mientras tanto, en las pantallas del escenario, se muestra en primer plano a la pequeña que llora desconsoladamente.

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Lo que resta del concierto es magia.

En la vasta tribuna norte, explotando en gente y en colores, un muchacho se contornea a ojos cerrados mientras Styles canta Treat people with kindness, la que podría catalogarse como su canción más representativa y como el himno de la diversidad. 

Maybe, we can    Tal vez podamos
                   Find a place to feel good    Encontrar un lugar para sentirnos bien
     And we can treat people with kindness    Y podamos tratar a la gente con amabilidad

Porque a la superestrella británica la fama lo ha expuesto a diferentes retos desde muy temprana edad. A partir de su participación en la boy band británico-irlandesa One Direction, los estándares de una escena musical, que enaltecía a los cantantes masculinos y los diseñaba meticulosamente para la venta comercial, le impusieron una careta que debía defender a capa y espada. Con solo dieciséis años ya encarnaba el personaje de chico malo, mujeriego, cuyo mayor talento se reducía muchas veces a su cara bonita y su aspecto físico en general.  

Sin embargo, si algo caracteriza a Harry Styles es la energía y la bondad que transmite cuando canta, habla y camina. Entonces, su relación con quienes fueron sus compañeros de banda no tardó en hacerle ruido a la opinión pública doce años atrás. Titulares sensacionalistas, chismes, rumores, fanáticas divididas entre las que defendían el supuesto amorío del cantante con uno de sus compañeros y las que dedicaban esfuerzos para “limpiar” su imagen heterosexual. 

Hoy la historia es diferente. No hay más tabúes al hablar sobre sí mismo, ni personajes que mantener. Al menos así lo hace notar cuando declara para medios como Rolling Stone: “Creo que todos, incluyéndome a mí, tienen su propio viaje para descubrir la sexualidad y sentirse más cómodos con ella”.

En el concierto, el muchacho a ojos cerrados continúa bailando. Lleva una corona de flores rosadas en la cabeza y una imitación del emblemático cárdigan del cantante: varios retazos cuadrados de croché unidos – y los colores son los mismos, azul, amarillo, rojo, verde, naranja y negro –. En su rostro, pedrería roja adorna bordeando la parte superior de sus cejas. 

Mientras la canción alcanza su punto más álgido, el joven flacucho llora. Canta a viva voz, casi gritando. En su celular lleva el registro de todo lo que ocurre, como quien no quiere olvidar ningún detalle de la noche. 

              I don't need all the answers    No necesito todas las respuestas
       Feeling good in my skin    Me siento bien en mi piel
I just keep on dancing    Solo sigo bailando

***

Son las diez con cuarenta minutos y las luces se encienden, una a una. Las voces van disminuyendo en intensidad. El foco de la atención ha desaparecido entre las sombras y el público ya no es más público, sino solo una aglomeración de gente que debe ser evacuada pronto del gran Estadio Nacional. 

Entonces, salen del anonimato un grupo de personas – también “vips” –, ubicados en puntos estratégicos de todo el recinto. Ellos, como guías espirituales, se encargan de dar por terminado el sueño de los 30 mil jóvenes que han encontrado en Harry Styles un soporte para seguir adelante. 

La energía de todo el lugar oficialmente ha caído. El Love on tour, tan esperado como deseado, pasó fugazmente cumpliendo sueños y rompiendo corazones, todo al mismo tiempo. Harry Styles tiene otros destinos que esperan por un poco de amor. 

—¿Has escuchado sobre la depresión post concierto?... Creo que es real – se lamenta Sandra, mientras enreda su boa de plumas moradas en su cuello – Se fue el amor. Todo es todo gris, todo mal.

Desde la Tribuna Norte, descorazonada, contempla la multitud lastimera. La escena es extrañamente desesperanzadora: plumas por los suelos, pisoteadas; cabellos despeinados, cuerpos sudados, sombreros en las manos – ya no adornando las cabezas –, pedrería incompleta, banderas flácidas, ¡basura en el suelo! 

En una esquinita, sin embargo, un hueco se abre entre la gente, dejando espacio a dos señoritas. Algunas personas a su alrededor celebran y aplauden, bajito. Las dos muchachas, una de cabellos cortos y lentes, y otra de cabellos largos y pedrería en la cara, se tapan la boca mientras ríen. Se abrazan. La más alta carga a la otra, y se besan profundamente.

—¡Ay, el amor, el amor! – suspira Sandra, por inercia.

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