Garúa de Verano

El café borbotea. Sentado frente a una áspera pared, en una banquita con la imagen de una taza humeante, te espero impaciente. No sé qué podré decirte. Pienso en todo lo que podría ser y nada me convence. El vapor de una taza frente a mí, aturde mis sentidos; Un espresso caliente, sumamente caliente, agrio y sin azúcar, reposa dentro de ella. Bebo un sólo trago al intentar embriagarme con él. Intentando tomar valor para lo que vendrá.
Los minutos pasan rápidamente: 1… 15… 33… 34… Pierdo la noción y secuencia del tiempo. El primer minuto se hace eterno, parece horas (¿Vendrás?). Los 15 siguientes pasan ágilmente, parecen uno (Debes estar en camino). A los 33 el tiempo se para, responde al primero (No vendrás). El siguiente continúa con el inicio.
He perdido la cuenta del tiempo que he pasado esperándote. Tengo miedo de no verte, hasta que, a través del vidrio que separa el local de la calle, te observo; El sombrero gris, el pantalón pitillo verde, la chompa incolora, la mirada distante, el cabello suelto. Tan rápido como te sueño, apareces de entre la pequeña puerta. Intentas sonreír al verme. Se te es muy difícil.  Me levanto mientras dibujo una sonrisa a medias. Te pido que te sientes y olvido todo lo planeado. Estas muy linda, mucho más de lo que recuerdo.
Te posas sobre mi asiento. Debo ir a otro. Pregunto si deseas tomar algo. No deseo nada - respondes. Insisto- Así podremos quedarnos más tiempo. Prueba el mocca, sé que te gustan los sabores dulces. No respondes. Lo sabes, tu indiferencia es peor que tus gritos, que tus reproches. Sin mirarme, mueves la cabeza de arriba hacia abajo. Aceptas.
Los primeros minutos transcurren en silencio. Esperamos tu pedido. Intento hablar sobre cualquier cosa. De tus salidas, de las mías. De nuestros amigos, de los tuyos, pero nada te inmuta. El tiempo se acaba, pero parece interminablemente doloroso, hasta que una muchacha delgada, de unos veintitantos años se acerca y sonríe amablemente mientras suelta tu café sobre la mesa.
Te gusta lo que observas. Una taza gigantesca, distintos colares sobre ella: Blanco, negro, marrón. Coges y tu celular y tomas una foto, ¿tal vez dos? Intento recordar de qué hablamos en esos momentos y no lo consigo.
Todo está tranquilo. Recuerdo nuestros últimos días juntos, hasta que despierto de mi mentira y tu realidad (la sonrisa frente a todo, la felicidad ante nada).  Sueltas un sollozo indescifrable. ¿Será de miedo o tal vez de pena? Te escucho decir algo, no reconozco qué. Las lágrimas brotan de tus ojos. Tu nariz roja, los ojos brillosos, tus lentes empañados por la calidez de las gotas. No recuerdo que dices, no prestaba atención a tus palabras. Tu mirada lo decía todo.
Intento beber un poco del café, pero es agrio, mucho más de lo que estaba antes que llegaras. Pero tus lágrimas lo son aún más. No quiero pensar en ello. Me sumerjo en la tacita blanca; y me pierdo en ella; en tus hermosos rulos y tu triste mirada. Olvido lo que diría cuando comenzaras a recriminar lo que hice mal. Todo lo hice mal. Sollozo en silencio, no veraz mis lágrimas. Las tuyas bastan.
Sigues llorando, cada vez con la voz más entrecortada. Hablas sobre lo mal que nos iba desde hace más de un año. Sobre las veces que te callaba. El nudo en tu garganta tras cada discusión. Ya no tenemos solución. ¿Por qué no tomamos este café mucho antes? Tal vez pudimos haber rescatado nuestra relación - Te increpas.
Sólo puedo mirarte. Preguntas que pienso, pero no sé qué decir. Sabría que no podría hacerlo. Intentas recuperar la compostura. Te burlas de lo mucho que pensé para poder hablarte y que ahora no recuerdo. Sonríes. Me gustas tú sonrisa cuando lo haces de esa manera: sincera, firme, irrepetible.
Aún nos amamos. No hay nada más por decir. Sin embargo, no podremos estar juntos. Ahora no, dices. "Ahora". Sonrió. El tiempo ha transcurrido rápidamente. Te pido que nos retiremos. Me siento incómodo o ¿sólo es miedo? Me agradan tus lágrimas, siento calor en ellas. Deseo tocarlas, sacarlas de tu rostro. Tengo miedo de besarte. De no volverte a ver. De seguir siendo yo.
Para calmar las ansias, enciendo un cigarrillo. Atormentado por el abrasador calor de los puchos, te hablé como no pensaba hacerlo. Con tu sonrisa indiferente, los rulos insaciables al ritmo del viento, las gotas sobre tu rostro - de lluvia o lágrimas, al final son lo mismo -  te tocas el cabello y volteas la mirada hacia la nada, como siempre.
Intento hablarte, o eso creo mientras te escucho decir algo repetidas veces. ¿Me detestas? No tanto cómo yo a ti. ¿Me extrañas? No más de lo que yo a ti.  ¿No quieres verme? Me repugnas. ¿Me amas? yo no lo sé.
Continúas caminando, la silueta perfilada del rostro por la opaca luz de un farol muestra quien eres o pretendías ser. La nariz respingada, la mirada pérdida. La sonrisa estúpida. Te escucho o tal vez te hablo, no lo distingo.
Otro pucho encendido. El humo te disuelve, - las facciones borrosas, los mismos ojos, pero disueltos en sangre, los rulos convertidos en espantosos tentáculos, y la sonrisa, ella no cambia -. Eres el mismo espectro de mis noches bohemias. El frío de la noche azota mis sentidos. Me destruye ¿o lo hiciste tú?
Camino a tu lado. La garua de verano vuelve a amedrentarnos. Te beso bajo ella. Bajo su recuerdo. Vuelves a sonreír, no imaginas mi estado.
No puedo recordar lo que seguía hasta la puerta de tu casa, en la que te tomo de las mejillas y suplico un beso. «Sólo uno. Sólo esta vez" - Me escucho decir. "No, por favor no"- suplicas. Te miro a los ojos impaciente sé que también lo deseas. ¿O no?
Acercas tus labios a los míos. Siento el tibio sabor de tu saliva, la firmeza de tu boca, la suavidad de tu perfume. Hay algo extraño en tus besos, te siento distante. Cierras los ojos. Te amo. Aún lo hago, pero este es el último ¿verdad? Te despides y volteas hacia el interior de tu edificio. Volteo a verte mientras camino hacia la otra acera. Tú no lo haces.
Despierto sobre tu cuerpo, ¿o el mío? La noche ha culminado. Escupo. Los pulmones atragantados de tanto humo y la garganta trastocada, me demuestran que solo te soñé. Ya no te necesito.
Garúa de Verano
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