El cascarudo
por Belen Cavanagh
Mi abuelo leía poesía.
A él,
le mostré mis primeros cuentos.
Me enseñó
el primer verso
que aprendí de memoria
Y repetí como un mantra:
Sin entenderlo
Pero sabiendo que era sagrado
“A veinte leguas de pinto y a siete de marmolejo había un castillo viejo que edificó Chindasvinto. ”
Prefiero no preguntar
dónde quedó guardada la poesía
cuando se fue,
dónde quedaron sus libros,
dónde quedo guardado
Su amor por las palabras bien puestas.
Elijo creer que quedó sembrado
en la sangre de sus nietos
en forma de un cascarudo naranja,
Como esos que aparecían en los días de navidad.
Escondido,
En alguna parte del cuerpo
de cada uno de mis primos,
Duerme un cascarudo.
Con el tiempo se oxida,
Opacándose,
Endureciendo su caparazón.
Solo se ilumina
cuando escucha
de lejos
alguien tirando unos versos al aire,
miguitas de poemas:
“Agranda la puerta Señor …”.
Como una milonga lejana
que resuena como un eco,
rebotan los versos en las venas
Y despiertan al cascarudo.
Se desempolva los números,
Se sacude los zapatos incómodos,
Los trajes,
Y hasta el tiempo.
Con su luz recorre
Desde las uñas de los pies
Hasta cada poro de la nariz.
Llena de aire cada célula,
Así,
el cuerpo flota,
Por un milisegundo.
Hace brillar los ojos,
Tanto,
Que estos se vuelven espejos de agua,
que cuando se encuentran con otros ojos destellantes,
reflejan en el infinito
Cataratas de poesía,
Que se contagian
Cómo un río que fluye por un árbol,
Nutriendo cada rama
Cada hoja.
Estamos hermanados
por este cascarudo:
Brillante
e imperceptible de a ratos.
Elijo
Darle versos
Para comer.